Capítulo 2: Orfandad

>> sábado, 11 de abril de 2009

Orfandad

Ciudad de México, día del equinoccio de primavera, 2010

“Esto no puede ser” pensó, “no puedo estar naciendo del agua y al mismo tiempo percibirme ya adulta.”

Su cuerpo iba saliendo del lago como por arte de magia, aunque esta afirmación no era del todo correcta porque no percibía nada debajo del agua. Su cuerpo se iba formando justamente en la superficie y sentía que el agua estaba involucrada pero al mismo tiempo tampoco no lo estaba.

Dirigiendo su mirada hacia la playa vio una barcaza en la que estaban varias mujeres ataviadas con largas túnicas blancas. Todas ellas llevaban coronas de flores en las sienes. La barcaza se estaba acercando a ella.

Ahora su cuerpo ya estaba a la mitad fuera del agua. Estaba completamente desnuda y recorrió su piel con las manos. Notó algo extraño en su vientre. Todo era normal, pero algo faltaba. No alcanzaba a determinar qué era lo que faltaba. Era algo que tenía siempre, algo evidente pero que en esta ocasión faltaba.

Intentó mirar hacia abajo. No lo pudo hacer. Estaba inmóvil. Los músculos de su cuello no respondían. Miraban fijamente hacia la costa y a la barcaza que seguía acercándose con cada vez más velocidad.

La inundó el pánico. Pensó que se iba a ahogar, pero apenas estaba naciendo. No entendía nada.

Quiso gritar pero su garganta no era capaz de emitir sonido alguno.

Notó que ahora sus piernas, hasta las rodillas también estaban ya fuera del agua. Sintió que algo que no podía ver la estaba sujetando por los hombros. Esa sensación de estar sujeta la calmó. Decidió esperar.

La barcaza ya estaba lo suficientemente cerca para que pudiera ver claramente las facciones de los rostros de las mujeres que iban a bordo. Todas mostraban una solemnidad inusual. Estaban completamente serenas.

Pensó que esas mujeres estaban contemplando algo milagroso, pero que al mismo tiempo estaban acostumbradas a ver el milagro. Era como si ya lo habían visto muchas veces antes.
De repente se dio cuenta que ese milagro que las mujeres de la barcaza estaban contemplando era ella misma. La idea la hizo ruborizarse al tomar conciencia que estaba totalmente desnuda. Se preguntó qué era lo que le faltaba y nuevamente se palpó el vientre. Estaba completamente liso.

Ahora sus pies también estaban fuera del agua y otra vez tuvo un connato de pánico.
Nadie puede estar parado sobre el agua sin hundirse, se dijo. Pero yo puedo hacerlo y apenas estoy naciendo.

Vio dos barcazas más detrás de la primera. En estas iban parejas mixtas de jóvenes que se tomaban de la mano. Algunas parejas, la mayoría, estaban conformadas por un hombre y una mujer. Pero había unas pocas donde los dos integrantes eran mujeres y otras en las que los integrantes eran varones. Todos ellos eran espectaculares en su belleza. Eran los seres humanos más bellos que había visto jamás y todos ellos, al igual que ella estaban desnudos. Sus únicos atuendos eran coronas de flores.

Ya no se sintió incómoda por su desnudez pero siguió reflexionando sobre lo que le faltaba. Nuevamente intentó mirar hacia abajo y ahora si lo logró. Recorrió su cuerpo con la vista y al llegar a sus pies de repente el encanto se perdió. Cayó al agua y esta se cerró encima de ella irremediablemente. Luchó desesperadamente por no hundirse. Manoteo con ambos brazos para mantenerse a flote pero entre más los agitaba más sentía que se hundía. Inhaló agua. Trató de calmarse. Buscar en si misma que era lo que podría hacer. Se quedó quieta y sintió que unos fuertes brazos la jalaban hacia la superficie.

“Despierta, cumpleañera”

A Sofía le costó trabajo darse cuenta que intentaban despertarla.

Abrió los ojos y tardó unos instantes en registrar donde estaba.

“No debí haberme quedado dormida”, se reprochó.

“Feliz cumpleaños, dormilona.”

Sofía reconoció el rostro sonriente de su mejor amiga Azalea y, un paso detrás de ella a su también sonriente hermano gemelo Atabulo quien llevaba un ramo de rosas en las manos. Se desperezó y vio la cara sonriente pero al mismo tiempo triste de su abuela.

“¿Cuánto tiempo estuve dormida?”, le preguntó a su abuela.

“Un buen rato, gracias a dios, que te hacía falta.”

Se incorporó de un salto.

“Pero, ¿y los médicos?, no han salido para decirnos algo.”

“Ya sabes que es demasiado temprano para eso todavía,” le respondió pacientemente la abuela.
“Y nosotros que,” la increpó sonrientemente Azalea, “buenos días, no nos levantamos a las 5 de la mañana para tomar el metro y estar aquí contigo para felicitarte por tu cumpleaños. Mi hermano no te trajo flores ni yo un pequeño regalo.”

Diciendo esto le entregó un pequeño paquete que tenía el tamaño de los que se suelen usar para guardar joyas. Azalea tenía una debilidad por ellas y se gastaba todo su dinero en comprar cada vez más anillos, pulseras, aretes, dijes y gargantillas. Como no tenía mucho dinero sus joyas eran de fantasía pero desde pequeña había mostrado un ojo magnético para encontrar piezas bonitas y finamente elaboradas. Sofía no recordaba ningún cumpleaños en el que Azalea no le hubiera regalado alguna joyita. Sonrió y aceptó complacida el regalo.

“Sabemos que una sala de espera de terapia intensiva no es el mejor lugar para festejar un cumpleaños,” intervino Atabulo por primera vez, “pero tampoco no es pretexto para pasarlo por alto.”

“Gracias,” rió Sofía mostrando la impecable blancura de sus dientes: “¡Amigos en las buenas y las malas!”

“Todos para uno y uno para todos”, contestaron los gemelos al unísono levantando sus brazos en alto y chocando las manos.

“Todos para uno y uno para todos,” contestó Sofía riendo y cerrando el ritual elevando también ella su brazo y chocando la mano con la de ellos.

“¿Cuánto hace que son los tres mosqueteros?,” preguntó la abuela.

“Tú tienes la culpa. No nos debiste leer esa novela cuando teníamos tan solo 8 años,” le contestó Sofía y elevando el brazo en su dirección, “Salve, doña mosquetera mayor.”

“Si, si, hace mucho tiempo de eso,” contestó la abuela, y extrayendo el monedero de su bolsa continuó: “Pero los mosqueteros también tienen que comer, así que tomen este dinero y vayan a la cafetería a desayunar algo.”

“No me quiero mover de aquí,” rechazó Sofía.

“A tu madre no le va a pasar nada grave si se ausentan un rato,” le dijo la abuela calmándola, “yo aquí espero mientras tanto.”

“Tu abuela tiene razón,” argumentó Atabulo, “así como te conozco, no has comido nada desde hace por lo menos un día.”

“Está bien, pero solo algo de la barra y nos lo comemos camino de regreso,” cedió Sofía enganchándose entre los gemelos, “les agradezco que se hayan acordado de mi cumpleaños y tengo que contarles lo que acabo de soñar...”

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Inés Alcocer trató de superar la molestia que le generaba el tubo de oxígeno que la tenía conectada a la vida. No era una mujer de edad avanzada y seguía teniendo esa belleza exquisita que la había caracterizado toda su vida haciéndola infinitamente más sencilla ya que le había sido fácil contar con el apoyo de cuanto varón se le ponía enfrente. Sin embargo, Inés nunca había tenido una relación amorosa con hombre alguno. Siempre había vivido para su hija Sofía y para su trabajo arqueológico. Dentro de su campo había logrado grandes descubrimientos pero su mayor tesoro, el libro que estaba escribiendo sobre lo que ella creía que habían sido las verdaderas formas de organización y la vida de nuestros ancestros tendría que ser escrito por otra persona. Inés sabía que se estaba muriendo. A pesar de ello no sentía miedo.

Con un gran esfuerzo giró la cabeza y se llevó la sorpresa de encontrar al personaje que había sido el más importante de su vida parado a lado de su cama. El maestro estaba allí tal y como lo recordaba cuando le había enseñado tantas cosas en las afueras de su cueva de Turquía.

“¿Ya es mi hora?,” le preguntó al maestro mentalmente, sus labios no lograron pronunciar las palabras.

“Todavía tienes algunas horas,” le comunicó la aparición, “todavía te queda una cosa por hacer y puedes seguir el resto de la eternidad a mi lado.”

“¿Y qué es eso que tengo que hacer?,” preguntó Inés sabiendo que la respuesta estaba emergiendo en ella desde lo más profundo de su entendimiento.

“¿Te acuerdas de las últimas palabras que te dije?”

“¡Cómo he de olvidarlas! Las memoricé y me las he recitado tan a menudo que las conozco más que a mi propia mente: ¡Cuando los doce se reúnan en torno a la semilla que llevas en tu vientre, los años oscuros se transformarán en años de luz! Esa semilla será un aliento para la humanidad. ¿Tienen que ver con Sofía, verdad?”

“Si tienen que ver con ella. Tu hija es un ser especial. “

“Mi hija… Es lo único que lamento tener que dejar. Es tan joven. Hoy está cumpliendo 26 años.”
“En los tiempos antiguos tener 26 años era la mitad de la vida. Ella podrá cumplir con su tarea. Para eso fue enviada a la Tierra.”

“Confío en que dices la verdad, como todo lo que me dijiste hace tantos años. Fue el año en el que obtuve más aprendizaje que en el resto de mi vida. Te lo agradezco de todo corazón.”

“No tienes que agradecer nada. Yo solo fui un conducto para ti, al igual que tu lo has sido para tu hija. La gran tarea ya no nos corresponde vivirla.”

“Pero podré observar lo que hará Sofía desde el otro lado del velo, ¿no es cierto?”

“Si, lo podrás hacer, tal y como yo lo he estado haciendo durante todos estos años. No te he dejado nunca.”

“Confieso que muchas veces la he sentido, pero también que siempre pensé que era la nostalgia imaginativa que me hacía sentir eso.”

“Eso también lo sé. Pero es importante que ahora hablemos sobre lo que todavía tienes que decir a tu hija. Tu y yo tenemos la eternidad para charlar, pero solo tienes poco tiempo para poder hacerlo con ella.”

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Sofía cumplió con lo que había dicho y regresó a la sala de espera literalmente con el último bocado en la boca escoltada por los gemelos.

La visión del trío era espléndida. Sofía era una mujer hermosa un poco más alta que el promedio. Aunque las horas y los días de espera en el hospital habían dejado sus huellas en su vestimenta, su rostro, aún sin maquillaje era digno de la portada de cualquier revista, solo que los fotógrafos de moda no lo habían descubierto todavía. Sus rasgos eran algo enigmáticos, producto quizá de la mezcla de razas que la había engendrado y sus ojos brillaban con una luz tan poderosa que pocas personas le podían resistir la mirada por más de unos instantes.

Medio paso detrás de ella, a su derecha, Azalea era una mujer completamente diferente. Sin que nadie pudiera afirmar que fuera realmente hermosa, irradiaba una fuerza de carácter que no permitía que pasara desapercibida. Su hermano gemelo Atabulo, que por cierto era unos minutos menor que su hermana y que esta no se cansaba de usar como argumento para obtener lo que quisiera, a pesar de su edad tenía todavía todos los rasgos de la adolescencia. Tenía exactamente la misma estatura que su hermana y un carácter bonachón que hacía parecer como si siempre estuviera un poco a la sombra de su hermana, cosa que se reflejaba, sobre todo en el hecho de que solía caminar siempre uno o dos pasos detrás de ella. Sin embargo era sumamente inteligente, al grado de haber cursado la carrera de economía en tan solo dos tercios del tiempo que los demás estudiantes necesitaban para ello y haber obtenido su título con los máximos honores.

“¿Alguna noticia?,” le preguntó Sofía a su abuela, tragándose el último bocado de su desayuno.

“Nada todavía,” respondió la increpada, “todavía no es la hora para que los doctores den su reporte.”

“Estoy harta de tener que estar a la merced de esos señores de blanco. Mi madre podría estar muerta desde hace horas y no se dignarían a decírnoslo hasta que de la hora oficial del informe. Voy a entrar.”

“No seas tan impaciente, muchacha,” intentó calmarla la abuela, “yo estoy igual de preocupada, pero también tengo confianza en que los doctores están haciendo su mejor esfuerzo para atender a tu madre.”

Sin escucharla Sofía se dirigió hacia la puerta de acceso a la sala de terapia intensiva seguida de los gestos de impotencia de su abuela y los gemelos.

En el instante mismo en que intentaba abrir la puerta, esta se abrió para dar paso a una enfermera cerrando el paso a la muchacha.

“¿Parientes de la paciente Inés Alcocer?”

“Yo soy su hija…”

“La paciente pide hablar justamente con usted, acompáñeme por favor.”

Los gemelos se quedaron parados estupefactos.

“¿Cómo le hace para salirse siempre con la suya?,” le preguntó Atabulo a su hermana.

“Tiene un sexto sentido como todas nosotras las mujeres,” asentó Azalea con seriedad.
“Si, pero en Sofía ese sexto sentido más bien parece un treceavo.”

“No, solo es el sexto, te parece más espectacular, porque siempre has estado enamorado de ella, hermanito…”

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Cuarteles militares de Van, Turquía, día del equinoccio de la primavera

“Su jeep está listo, general.”

“En unos momentos estaré listo, soldado.”

El general Kemal Güney estaba sentado en su escritorio terminando de escribir una carta. La releyó cuidadosamente, la dobló y metió cuidadosamente en un sobre sobre el que copió la dirección con sumo cuidado después de revisar varias veces el remitente de un sobre que tenía a un lado. Le llamó a su secretario y le entregó la carta con la recomendación de que la llevara personalmente a la oficina de correos.

Después se incorporó y vistió su saco. Antes de salir de la habitación la recorrió con la mirada como intentando grabarse todos los detalles. Había sido su habitación durante ya varios años y su carrera parecía estar estancada, confinado como estaba en ese pequeño pero importante cuartel que debía su existencia únicamente a las constantes fricciones que tenía el gobierno de Ankara con la minoría kurda del país. El general Güney sabía que ese día en especial iba a ser decisivo no solo para su carrera militar sino incluso para la historia misma de su patria. Si hoy lograba hacer lo que se proponía, iba a tener abiertas muchas puertas promisorias para su futuro y la responsabilidad por un lado le producía una enorme excitación, pero al mismo tiempo grandes temores por las enormes implicaciones.

Era justamente por eso que el general por fin se había decidido escribir esa carta que había aplazado por tanto tiempo. Hoy era uno de esos días donde el tiempo o se acaba o se abre por toda la eternidad. El general lo intuia y se enfrentaba a su encargo con sentimientos mixtos. Las órdenes del comando central eran claras y no dejaban duda alguna. El solo tenía la responsabilidad de ejecutarlas y contaba con una tropa bien adiestrada para lograrlo. Por fin salió.

En el patio del cuartel se encontró con una larga columna de vehículos de transporte de tropas y vehículos de combate ligeros. Para esta operación había decidido utilizar a todos los elementos que tenía bajo su mando.

Antes de apearse en el jeep que estaba a la cabeza de la columna consultó su reloj. Era un Rolex y lamentó brevemente no haberlo cambiado por uno menos fino. Algo que no quería era poner en peligro la colección de relojes que eran todo su orgullo. Estaban a tiempo, pero ir por otro reloj iba a demorarlo demasiado y había mucho en juego.

A una señal del general desde el asiento de copiloto del jeep, los vehículos de la columna comenzaron a rodar hacia la carretera.

El cuartel estaba ubicado unos kilómetros a las afueras de la ciudad en una colina elevada que permitía la observación de todo el valle. El general observó con satisfacción que en las otras tres carreteras que llevaban a Van había un movimiento inusual de personas dirigiéndose como él hacia la ciudad. Repasó mentalmente su estrategia y le indicó al conductor que aminorara la marcha. Iban adelantados. Nuevamente lamentó no haber regresado a cambiar el reloj.

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Ciudad de México

Sofía entró silenciosamente en el cubículo de terapia intensiva donde se encontraba su madre y la contempló por unos instantes antes de acercarse a la cama. Lo que vió la hizo estremecerse. Percibió con claridad que a su madre no le quedaba mucho tiempo. No pudo impedir que unas lágrimas se le escurrieran de los ojos y le mojaran las mejillas. En ese momento Inés percibió su presencia y le indicó con un débil gesto de la mano que se acercara. Con el corazón compungido Sofía se acercó a la cama, tomó la mano de la enferma y se la besó suavemente. Inés, esbozando una esforzada sonrisa, con suavidad le quitó una lágrima de la mejilla. Madre e hija se quedaron en esa amorosa compenetración durante unos momentos, disfrutándose y disfrutando el amor que sentían la una por la otra.

Sofía se hubiera podido quedar así por horas enteras, pero la enfermera le había dicho que Inés quería hablar con ella así que decidió romper el encanto y con toda suavidad removió la mascarilla de oxígeno que tenía puesta su madre para que ella pudiera hablar cómodamente.
La sonrisa de Inés se intensificó y con un susurro le preguntó:

“¿Te acuerdas del maestro?”

“¿Del maestro con el que estuviste en Turquía?”

Inés asintió y continuó: “Estuvo aquí conmigo hace unos momentos.”

“¿En serio?”

“Me dijo que pronto, quizá hoy todavía iba a poder regresar a su lado para continuar con las charlas que dejamos interrumpidas.”

“Pero eso significa que ya no vas a poder tenerlas conmigo.”

“También me dijo que me ha estado acompañando durante todo este tiempo y yo se que tiene razón, aunque quizá nunca pude aceptarlo. Así que si el pudo estar conmigo, yo también te podré seguir acompañando, aunque no de la misma forma como lo hemos hecho hasta ahora.”

“¿Me lo prometes?”

Inés asintió con la cabeza.

Las dos mujeres se miraron intensamente por unos instantes como grabándose la promesa en lo más profundo de su ser.

“Desde el momento en que supe que estaba embarazada, he estado preparando algo para ti que quería entregarte algún día, cuando estuvieras mas grande. Te lo quise dar cuando cumpliste los 18 y no me atreví, lo aplacé para cuando cumplieras 21 y tampoco no pude hacerlo. Ahora ya no tengo tiempo para aplazarlo y la vida decidió por si sola cuando sería el momento.”

“Está dentro de ese cofre turco que siempre andas cargando a todas partes y que siempre ves cuando sabes que no estoy cerca, ¿verdad?”

“Si, supongo que siempre lo supiste.”

“Bueno, eso no fue difícil de adivinar, pero siempre logré controlar mi curiosidad y nunca intenté ver lo que había adentro.”

“Eres una persona muy especial y te amo desde lo más profundo de mi ser.”

“Yo también te amo.”

“Escucha, la llave para que puedas abrir el cofre está dentro del dije de corazón que siempre llevo colgando. Me lo quitaron aquí, supongo que lo tendrá tu abuela.”

“Está bien, mamá, pero ahora tienes que descansar.”

Inés sonrió nuevamente y luchó contra las lágrimas.

“Quisiera hablar ahora unos momentos con tu abuela. ¿Podrías llamarla por favor?, y luego regresas conmigo. Quiero que estés a mi lado el resto de tiempo que me queda.”

Sofía asintió y salió con lágrimas en los ojos.

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Centro de Van, Turquía

Durante toda la noche y desde el amanecer columnas integradas por cientos de kurdos habían llegado a la ciudad para manifestarse y reclamar sus derechos de pueblo autónomo. El sufrimiento y los repetidos ataques de los gobiernos de los cuatro países entre los que se encontraba repartida la mayor parte del pueblo kurdo habían llegado a un punto donde la búsqueda de alguna alternativa era mejor que seguir aguantando y los líderes kurdos percibían que, si en alguna de las cuatro naciones iban a poder logar algo era en Turquía.

Pero el ejército turco, como había sucedido desde que el estado turco que reemplazó al Imperio Otomano, tenía la consigna de reprimir la manifestación fuera cual fuera el costo y el general que estaba a mando de la operación era Kemal Güney, un hombre convencido de que todo su futuro militar dependía del éxito de la operación.

Cuando la columna militar estuvo cerca de la ciudad se fraccionó en varias partes. La idea era rodear a los manifestantes concentrados en la plaza central de la ciudad por todas las calles de acceso. El general Güney esperó pacientemente a que los reportes de las demás columnas le informaran que habían llegado a su emplazamiento respectivo, para dar a su vez la orden de avanzar por la avenida principal de la ciudad con rumba a su centro.

La estrategia era simple pero no por eso menos efectiva. Los kurdos quedarían atrapados como ratones en una ratonera y estarían completamente a expensas de los militares.

La columna encabezada por el jeep del general comenzó a rodar lentamente hacia su emplazamiento final. Los kurdos, llenos de la esperanza y la algarabía que se daba en toda reunión de masas, bajo ninguna circunstancia deberían darse cuenta de lo que les esperaba antes de tiempo. Y justamente así sucedió.

Cuando llegaron a la bocacalle de la plaza, el jeep se desplazó a un lado dando paso a media docena de tanquetas, suficientes para cerrar herméticamente el paso hacia la avenida. El general complacido se dio cercioró que en las demás bocacalles estaba sucediendo lo mismo y solo los kurdos ubicados en la orilla de la concentración se habían dado cuenta de lo que estaba sucediendo. Tomó un altavoz de mano desde la parte trasera del jeep y mostrando buena agilidad física se trepó al techo de la tanqueta que estaba en el centro de la avenida.

“Atención, atención…,” el general esperó unos momentos para que dentro de la masa de kurdos se hiciera el silencio y el pánico de ver que los cañones de las tanquetas les apuntaban directamente hiciera efecto. “atención, les habla el general Kemal Güney en nombre del gobierno turco. Tienen exactamente 5 minutos para dispersarse. Si no lo hacen daré la orden de abrir fuego.”

La masa de kurdos, al verse rodeados por todos lados por las tanquetas del ejército, se quedó inmóvil. La corretiza del pánico, con la que contaba el general al diseñar su estrategia y que hubiera sido el pretexto perfecto para dar la orden de fuego, no se dio.

Durante largos minutos el general fue observando ostentativamente su reloj, tratando de decidir en su interior que hacer a continuación. Después de transcurridos los primeros tres minutos del plazo, volvió a tomar el altavoz.

“Les quedan dos minutos para dispersarse.”

Los kurdos simplemente se miraron unos a otros sin poder decidir tampoco que hacer. La estrategia de la ratonera los había paralizado por completo. No se atrevían a mover un solo músculo. El silencio imperante era casi atroz.

“Un minuto.”

Casi imperceptible desde el punto de vista del general, desde el centro de la masa alguien dio la orden de que todos se acostaran en el suelo. La orden susurrada tardó justo un minuto. Cuando el general dio la orden de fuego, no se había percatado completamente que no habría cuerpos sobre los que las balas de las tanquetas pudieran hacer estragos. La orden de fuego fue su última palabra. El disparo de una de las tanquetas que se encontraba justo del lado contario de la plaza, al no tener ningún cuerpo que lo detuviera, se le impacto en el vientre con tal fuerza que lo lanzó varios metros hacia atrás por el aire.

Su último pensamiento se dirigió hacia su hija que estaba en el lejano México y que nunca conocería. Eran unos minutos antes del mediodía. A la misma hora, en un hospital de la ciudad de México, Inés Alcocer, la madre de esa misma hija, dejaba de existir, aunque por una razón completamente diferente. Por uno de esos dictados extraños del destino, Sofía, sin estar consciente, se había quedado huérfana de madre y padre en el mismo instante.

Continúa leyendo el siguiente capítulo: El aspirante

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La familia Alcocer y sus integrantes

Ya te habrás enterado que la familia de Sofía se apellida Alcocer.
Es una familia de mujeres y eso es relevante desde el punto de vista energético.

Vivimos en un mundo donde las fuerzas del Yang (masculinas y patriarcales) se han impuesto sobre las fuerzas del Ying (femeninas y matriarcales) por lo que resulta importante que el cambio social se contemple también desde la perspectiva del reestablecimiento de este equilibrio fundamental.

Los nombres de los personajes, ya te irás enterando, no han sido escogidos al azar. Me la pase varias horas explorando los significados de diferenes nombres para bautizar a mis personajes.

Comencemos con las tres mujeres Alcocer.

Sofía, evidentemente viene del griego y significa sabiduría. Si algo necesita el mundo en estos momentos es eso. No conocimiento, de eso tenemos más que suficiente, sino sabiduría. Para mí la sabiduría surge cuando el conocimiento se pone en práctica y se tamiza con el filtro de la experiencia.

Inés, la madre de Sofía, tiene un nombre que se está relacionado íntimamente con la tradición de la doncellez cultural, pero también con los cambios dimensionales que se dan entre la vida y la muerte. El "Don Juan Tenorio", en México se suele poner en escena en época de muertos, cuando los portales a esta dimensión están abiertos.

Martha, la abuela de Sofia, tiene un nombre bíblico que significa "Señora", haciendo alusión a la función femenina de ama de casa. Se asocia con la intuición decidida y temperamental. Las Marthas suelen tener un gran sentido del deber y les gusta sobresalir en lo que hacen. Doña Martha representa esa energía del hogar tan necesaria para que los seres humanos nos nutramos y busquemos el equilibrio armonioso.

El apellido Alcocer, finalmente, tiene un origen simbólico un poco rebuscado. Me topé con el apellido a través de Sancho García de Alcocer, uno de los compañeros del Cid y descubrí que es un linaje fundado por los detronados reyes de Navarra. Navarra, al igual que la región del Languedoc, del Sur de Francia estuvo asociado al intento europeo medieval de establecer un cristianismo más puro y equilibrado, concretamente a los cátaros o albiguenses. Obviamente estos intentos fueron considerados como herejes por la iglesia y ésta hasta convocó una cruzada -la única que se realizó en tierras europeas- para exterminarlos.

¿Por qué esa matanza en Van?

La ciudad de Van, en Turquía es considerada una de las más importantes de la región kurda de ese país.

Los kurdos son uno de esos pueblos del Medio Oriente a los que nos se les ha permitido constituirse en un nación independiente por muchas razones que no vienen al caso en este contexto.

Repartidos entre Turquía, Iraq, Iran y Siria, los kurdos históricamente han sido una fuerza que debería de tomarse en cuenta. Por eso mismo han sido reprimidos violentamente sobre todo en los tres primeros países.

Unos links si quieres seguir explorando la cuestión kurda:

El Centro de Información y Cooperación con Kurdistán (España)
La página sobre Kurdistán en wikipedia

Bandera de Kurdistán

Bandera de Kurdistán
Una bandera claramente inspirada en los colores pan-persas (estos simbolismos los comento y amplío en el Alquimista Místico.

La zona donde viven los kurdos

La zona donde viven los kurdos
Click sobre la imagen con una flecha a Van

El nombre del General Kemal Güney

Compuse el nombre del general a partir de dos personajes que para mi son muy representativos de Turquía.

Si primer nombre Kemal, se lo dí en honor a Kemal Atatürk, el fundador de la Turquía moderna después de la derrota y disolución del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial.
Esta es su página de wikipedia.

El apellido se lo dí por Yilmaz Güney, un cineasta turco que vivió muchos años en el exilio. Su película Yol, el camino, es una de mis películas favoritas. La incluí hasta abajo de la página. Esta es su página de wikipedia (en inglés).

Un video para obtener una idea general de la cultura Kurda

Yol, de Yilmaz Güney, primera parte, subs en inglés (el principio está defectuoso)

Yol, segunda parte, subtítulos en inglés

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